Carta A la Mejor Mujer de Todas…

A mi madre…

Hace años cada estrella que yace en la inmensidad y divinidad del cosmos, cada átomo, cada molécula y cada célula que le otorga vida y color al universo, empezaron a conspirar para darte una de las más grandes tareas que puede tener el ser humano, la maternidad.

Aún no nacía y ya me hablabas por mi nombre. Aún no nacía, y tú ya habías dejado de ser tú, para ser yo… Aún no nacía, y tú ya me cantabas canciones de cuna. Aún no nacía, y yo ya era tu más preciado tesoro. Aún no nacía, y tú ya me escuchabas.

Tendría que inventar un nuevo idioma para poder ser capaz de expresar la dicha y felicidad que surca para rincón de mi ser al tan solo llamarte “mamá”. No hay manera alguna de desvincular la palabra “amor” de tu rostro tallado por Dios mismo, pues al hablar del amor, tú eres el perfecto ejemplo de amor sobre la tierra. Tú madre mía, te has desvivido para darme gozo en esta vida, tú que has dicho “no tengo hambre hijito, come tu”, para que yo no sufra, ¿Cómo no admirarte por el gran amor que le das a tus hijos?…

Al cortarme, tu eres quien sangra, pues en tu amor divino descendido a la tierra, cualquier barrera física ha sido superada por los lazos afectivos que radican en la bondad y amor de Dios hecho amor materno, ese amor que no conoce rencores, ese amor que perdona, ese amor que corrige, ese amor verdadero que se manifiesta desde el primer día de tu hijo en tu vientre…

Mírate en el espejo y verás a la mujer asombrosa que observo en tu rostro, aquella mujer que hace que lo imposible se torne posible, aquella que, sin un peso en la bolsa, hace magia para que sus hijos tengan un plato en la mesa, aquella mujer que, sin importar que el mundo se le esté cayendo, siempre tiene los brazos abiertos para dar calor y protección. Aquella mujer que, sin importarle las inclemencias del tiempo, es capaz de cruzar los mares al escuchar como se derrama una lagrima del rostro de su hijo. Aquella mujer que, ha pasado noches en vela y días sin comer todo por su hijo…

Tú mi heroína, mi ángel de la guarda en la tierra, mi protectora, mi refugio, entre tus brazos encuentro el confort cuando mi corazón se inquieta, cuando mis demonios se apoderan de mí, pues en tu corazón encuentro ese amor que hace que nada sea imposible, hace que mis demonios se apacigüen. ¡Oh madre! En cada momento que siento que mis fuerzas se han ido, que me han dejado varado en medio del desierto y sin ninguna brújula, solamente volteo a ver una foto tuya y me digo “Ella es mi madre, y en ningún momento claudicó, no hubo momento alguno en el que diera paso para atrás, mi madre es una guerrera, y por ella sé que lo puedo lograr todo”.

Me resulta imposible pensar en un ser más perfecto que tú, tu que desde el primer momento que supiste de mi llegada a este mundo, tu corazón dejó de latir para ti, y empezó a hacerlo para mí…

Gracias madre por todo lo que haces…

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