La Tormenta Perfecta.

Te busco y no te he podido encontrar. Te encontré te perdí. Busco en distintos rostros aquel mismo mirar del cual eres poseedora, busco en distintas sonrisas esa alma que hacía iluminar el rincón más oscuro de mi alma. Busco en personas aquella esencia que te hacía única, aquella esencia que me hacía sentir especial, como si fuera importante para alguien. Trato y trato y no logro llegar a ningún lado. Nado y nado sin cesar, pataleo con toda mi fuerza y sigo sin ver tierra firme. Unos dicen que debemos seguir pataleando, pero ¿qué hacer cuando ya no hay lugar a dónde ir? Con aquel sublime esfuerzo no he logrado llegar a ningún lado.

Tal vez soy yo, tal vez es mi culpa. Quizás ha sido la idea que se ha apoderado de mí, quizás sí estoy mal. Pero ¿y si no? ¿qué tal sí aún hay un océano por nadar? ¿Qué tal si aún hay tormentas por surcar y olas por surfear, tempestades por dominar? ¿Qué tal, y sólo que tal, si aún me queda combustible en el tanque para seguir pataleando, para seguir pujando cuando creo que ha llegado el punto en el que me estoy quedando sin energía? ¿Qué tal si no todo está perdido y la tierra firme está más cerca de lo creo? ¿Qué tal si es ella?

Te veo, pero no estás aquí, te escribo, pero no me lees, te canto, pero no me escuchas, ¿Cómo es que sigues siendo mi musa? Hablo de ti con fervor y pasión, con el alma y el corazón, pero, sigo sintiendo el vacío que tu partida me dejó, sigo sintiendo la soledad que sentía antes de conocerte. Sonrisas, sueños, metas y propósitos tu llegada le otorgó a mi vida. Desde el primer momento que tocaste a la puerta de mi alma mi vida se ilumino. Comprendí lo hermoso que es vivir, lo delicado, fino y elegante que es amar, desprenderse uno mismo del egoísmo, pensar en otra persona al actuar y al hablar. Pasear por las calles y encontrar algo que te recuerde a esa persona, y que, en su devenir natural, una sonrisa se bosqueje en tu rostro.

Al llegar, destruido yo estaba. Un señuelo tuyo había llegado. Me dibujó un mundo lleno de arcoíris, de cielos y nubes rosas, me dibujo un mundo, pero nunca lo pintó. Bosquejó sonrisas en mí, pero nunca les dio vida. Le cantó a mi alma, pero nunca canciones de autoría propia. Sedujo a mis sentidos, me embriagó, y me dejó. Danzó conmigo las más hermosas melodías, pero nunca me enseñó a danzar. Me dijo que era especial, que era querido y apreciado, pero al primer cambio, a la primera montaña por surcar, me di cuenta de que ya caminando solo me encontraba, su mano se habla soltado de la mía, a pesar de haberme dicho al oído “Tranquilo… No estás solo, pues yo estoy contigo”.

Tal vez fui yo mismo quien creyó y se confundió. Tal vez fui yo mismo quien te idealizó. Quizás fui yo mismo quien no supo expresarse, quizás en aquella tormenta perfecta solamente necesitaba un abrigo y un refugio, alguien que me hiciera sentir que la vida sí es hermosa y que sí vale la pena seguir luchando.

Cabaña en medio de la nada, misteriosamente en medio del océano pacífico, que contradicción ya conlleva ello por si mismo, pues es el más feroz y el más respetado por los más férreos y experimentados marineros. Cansado me encontraba ahí, poniendo en orden mi armario, limpiando mis fotografías, sacudiendo los álbumes y cuadernos, limpiando el piso y las paredes de madera. Sin saber cómo había llegado ahí, trataba de vivir lo mejor posible. Al abrir la puerta, fuerte tormenta azotaba a mi humilde morada. “Tenemos que ir al doctor” “Mi papá se sintió mal, vamos a ir a urgencias” “¿Que vamos a comer?” “Hubo algo de dinero” “Vi mal a Lunita, creo que debemos de llevarla al veterinario”, “No me quiero dar por vencido. Quiero al menos tener un último round”.

Con fuerza se avecinaba, el impacto inminente era. Preparado yo no me sentía. Miedo y pavor recorría mi ser. Inseguridades volvían a nacer. Inseguridades disfrazadas de miedos y traumas por no haberme sentido que era suficiente cuando amé por primera vez. Inseguridades nuevas se iban gestando. Abrir la puerta era un riesgo, una apuesta que sabía que debía de tomar. O era morirme en el valiente y audaz intento de domar aquella tormenta y superar con ello cada uno de los temores, cada una de las inseguridades, o era quedarme sin hacer nada, sin dar batalla y tan sólo esperar por que llegara el momento del impacto y que el agua me ahogara.

Valiente al atreverme a salir de aquel lugar. La observé con ira y con determinación “Podrás destruir mi hogar, podrás arrasar con todo a tu paso, podrás arrebatarme mis sueños y anhelos, pero habrá una cosa que no te permitiré así tan fácil sin dar batalla, mi vida misma. Si la quieres, deberás venir por ella, pues no te la entregaré, lucharé y lucharé y si he de perecer en el intento, me reuniré con Dios con la frente en alto, pues nunca di paso atrás, nunca me doblegué y siempre peleé como lo hizo mi padre y mi abuelito”.

00:34 horas. Hora del impacto.

****Era de madrugada, en mi mundo una batalla campal se estaba librando. Desnudo me sentía, pero de alguna manera casi inexplicable, más fuerte me sentía. Al ver como mi humilde morada se estaba inundando, me hacía saber que no debía permitir que así mismo pasara conmigo. Ganaste la batalla, pero la guerra aún estaba por definirse. Salí herido y fatigado, no sé cómo lo hice, cómo fui capaz de salir con vida de aquel lugar. Mi alma gritó tan fuerte que hasta sus propias paredes retumbaron, pero aun así nadie vino al rescate… Tanto por gritar y exclamar, pero sin una voz que me permitiera hacerlo… Salí sin entender cómo, pero lo hice con una que otra cortada, con uno que otro moretón, con una que otra costilla rota, pero salí vivo. Me levanto y volteo a mi alrededor. Caos y desolación se postraba ante mí. Corro hacía las fotografías, hacia los álbumes y cuadernos que alguna vez me llenaron de sueños, anhelos e ilusiones, de metas y desafíos por superar… Pero ahora había uno más grande, y quizás el más importante hasta ese momento. Mi armario destrozado estaba. Una prenda por aquí, otra por allá, y hubo unas que, en definitiva, se habían perdido en la inmensidad del océano. Me recosté sin saber que hacer. Volteo al cielo y suplico “Dios, dame fuerza para salir con vida de aquí, dame la energía para levantarme, pues hoy sí estoy muy cansado, las lluvias continuas me habían drenado por completo y esta tormenta vino dispuesta a acabar con todo… A acabar conmigo”.

Dudoso me encuentro. “¿Hablar o no hablar?” Era una constante en mi ser, en mi mente. No quería hacerles partícipes de todo esto, no quería preocuparlos, sin saber que ya lo estaban. A duras penas, me reincorporo, con respiración agitada y mirada agachada, sin saber que hacer, ni a donde ir, ni como volver a empezar. En mi mente existía la idea de no claudicar, no sucumbir ante ellos, y no darles mi vida, pues ha sido el mayor regalo que mi Dios me ha otorgado. Con la mirada aturdida intento voltear a mi alrededor, ver los destrozos causados por esa tormenta, a la que llamo “La tormenta perfecta”, pues sabía cómo, por donde y cuando llegar. Giro, mi visión borrosa no me permite ver con claridad, creo ver en la lejanía la luz de una fogata, confundido estaba, sin estar seguro busco la manera de llegar a ese lugar, sin saber cómo hacerlo.

Intento avanzar como puedo. Pasos tambaleantes son los que me mueven, pasos inseguros son lo que quedan, rodillas sin fuerza que crujen al caminar. Me tropiezo, y me estampo de cara al suelo, total una caída más o una caída menos ¿Cuál es la diferencia ya? Una vez, con lo que me quedaba de fuerza intento levantarme, mis extremidades temblando, fuerza sobre humana solicitada al creador clamaba yo. En cuclillas me encontraba, cada vez creía ver con mayor claridad y cercanía aquella fogata que me esperaba. Volteaba al cielo y le pedía al Señor que me diera fuerza, que me acompañara en esta nueva aventura, que no me apartaría de Él nunca más. Con esfuerzo me reincorporo; poderoso dolor en mi espalda me invadía, pero decido seguir avanzando. Enorme la cantidad de escombro que yace a mis pies. Paredes, puertas, ventanas, pinturas y marcos era lo que ahí se postraba. Con paso titubeante sigo caminando, aún si saber cómo llegaría hasta ahí.

El crujir de un marco llama mi atención. Volteo con curiosidad, pero también con particular temor “¿Qué tal si es algo que no quiera ver?” “Que tal si es algo que sí tenga que ver?” Dirijo la mirada con dudas, pero con un dejo de esperanza a la par. Sonrío, descanso, y acaricio la foto como si aquello fuera un cariño y un abrazo a aquellos se encontraban entre ese marco de madera y el cristal que nos impide estar juntos una vez más como lo estuvimos en aquel momento. Sonrío, me veo a mí, a mi hermano, a mi madre y mi padre, en lo que fue nuestro mejor fin de semana, en lo que fueron nuestras mejores vacaciones. Sé lo que tengo que hacer. Ira y coraje en mis ojos había. “Ellos ganaron la batalla, pero no la guerra”

“¡¿Quieren mi vida, quieren mi libertad, quieren todo lo que soy y todo lo que puedo ser?! ¡Pues vengan por mí que aquí los estoy esperando dispuesto a morir pelando!” Grité con ímpetu al cielo mientras sostenía en mis manos aquella fotografía que me recordó por quien estaba peleando…

Continuará…

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