Todo se encontraba bajo tormentas, y tinieblas reinaban bajo el abrumador manto de la soledad y la desesperanza. Perdida, mi alma se encontraba; no podía encontrar rumbo ni sentido. Todo me parecía banal, trivial. No había algo que me pudiera hacer sentir mejor. Sentía que, poco a poco, me acercaba al borde de un precipicio que no conoce de fin…
Mi mente divagaba, mi corazón se hallaba débil, mi espíritu perdido, tratando de tomar el timón del barco y poder navegar entre las feroces olas del miedo, la incertidumbre y las inseguridades. Mis miedos y temores al acecho se encontraban, cercándome, merodeando como lo hacen los halcones con sus presas… Las dudas me carcomían. Ya no podía continuar yo solo, pero solo me encontraba…
En una noche fría y lluviosa —de esas noches donde ni un alma se percibe, donde la soledad es tu única compañera, de esas donde lo único que se escucha es el crujir de las puertas movidas por las fuertes ráfagas de viento, donde se puede oír cada gota golpeando contra las ventanas— yo me encontraba en mi escritorio, ahogado en un mar de pensamientos, ebrio de incertidumbre y temblando por no saber qué seguiría después…
La pregunta: “¿A alguien le importaría si esta noche yo desaparezco? Es más, ¿alguien siquiera notaría mi ausencia en la mañana siguiente?”
Dostoyevski decía que en las noches más oscuras es cuando más fuerte brillan las estrellas… Esa noche, algo me decía que todo pasaría. Yo estaba incrédulo, pues seguía escuchando las voces dentro de mi cabeza, seguía sumergiéndome.
Dios, en su eterna misericordia, mandó una señal: una estrella pasó por mi ventana a gran velocidad. Sorprendido y estupefacto, me quedé al contemplar la singularidad de esa estrella. No era como las que vemos cada noche, ni como las que nos han mostrado las caricaturas. Esta era muy distinta: brillaba intensamente, dejando a su paso luz; y esa luz ahí continuaba, a pesar de que la estrella ya se encontraba a kilómetros de distancia. Eso me hizo saber que algo cambiaría en aquel noviembre…
Aquella siguiente mañana se respiraba paz… Paz, una sensación que mi cuerpo tomaba como algo ajeno. Mi alma y mi corazón me decían que el ambiente era diferente. Se sentía un aire distinto a lo largo y ancho del lugar; se percibía una frescura. Era una sensación “extraña”, pero que mi cuerpo y mi corazón tanto anhelaban…
Era un día de suerte, pues se hizo conocerte. Te cruzaste en mi camino. Ahora creo en el destino…
Tenía un pobre corazón que, a veces, se rompió, se apagó, pero que nunca se rindió.
Entre estrellas de cartón perdí la ilusión de que llegara un ángel a levantarme…
Y es que llegaste a mi vida de una manera tan inesperada, que no estaba listo para tal bello ángel. Llegaste cuando menos lo pensaba, pero cuando más lo necesitaba. Todas las tormentas dentro de mí, de repente, se calmaron; cada miedo e incertidumbre se alejaba, como si hubiera algo o alguien que estuviera ahuyentando cada temor, cada demonio…
Al ver la dulzura de tu mirar, la belleza que emanaba tu sonrisa —belleza que llegó a los lugares más recónditos del corazón, tocando a su paso cada sentimiento y emoción— se causaba una mezcla de las mismas. Pero, sin duda, todo se entrelazaba sabiamente, pues no había temores, no había inseguridades.
Había sido transportado a un lugar maravilloso. No me encontraba en este planeta, pues esa belleza no correspondía a este mundo. Podría decir que aquel ángel era una marciana, ya que su singular hermosura era tal que, ni recorriendo las esquinas más recónditas del planeta, se podría encontrar…
Ese ángel, con esa cabellera de oro, brillaba tanto que la noche en la que me encontraba inmerso desapareció. Ahora era el día más hermoso, con el sol más hermoso que alguna vez haya contemplado… Era una luz entre las tinieblas.
Una vez escuché en una película que, si tienes miedo de hacer algo, es cuando más te tienes que aventar del bote; y si tienes miedo de hundirte, entonces debes empezar a nadar…
Eso fue lo que hice.
No sé si la vida me permitirá seguir explorando el mundo al lado de este hermoso ser. No sé si me dará licencia de continuar conociendo cada rincón de su alma y corazón, para que juntos sanemos nuestras heridas, para que juntos derroquemos cada miedo y pavor que podamos albergar. Ignoro si la vida me siga permitiendo construir puentes y pilares que refuercen cada momento que juntos hemos construido…
Ignoro lo que sucederá, pues nosotros, los seres humanos, le pertenecemos al tiempo. Somos sus hijos. Nosotros nos vamos, pero el tiempo se queda. Y si he de irme, quiero irme con esta maravillosa persona que me ha enseñado tanto y que hoy admiro profundamente…
Por ahí dicen que venimos solos a este mundo, y que solos partimos del mismo.
No creo que esto sea cierto…
Hay demasiado por lo cual debo dar las gracias a esa maravillosa persona que ha sido una luz en medio del caos y la catástrofe en la cual me encontraba cayendo. Ha sido un ángel que vino a rescatar mi ser, mi espíritu…
Gracias por cada momento juntos. Gracias por cada sonrisa. Gracias por cada lección de valentía. Gracias por enseñarme que aún existe el valor de la amistad. Gracias por ser esa luz dentro de las tinieblas…
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