“¿Cómo crees que sea el infierno?”

“¿De verdad quieres saber, amigo mío?”

“Me da miedo, honestamente…”

“No tiene porqué aterrarte. No es un lugar tan hostil como crees… Hay peores lugares…”

“¿Por qué lo dices?”

“Porqué mi mente ya me ha arrastrado hasta allá…”

Hay días donde uno se siente fuerte, donde uno se siente poderoso, como si uno pudiera cargar al mundo entero sobre los hombros… Pero hay días, donde la mente te arrastra de los pies hacía aquel lugar donde tus demonios y miedos esperan por ti… Mientras tú, con toda tu fuerza te aferras a no ser jalado, a no caer ahí nuevamente… Llegas ahí, inseguro de poder escalar y ver la luz nuevamente; ellos conocen tus miedos, son tus miedos mismos los que te han arrastrado hacia ellos nuevamente…

Te ven a los ojos, se ríen, se dibuja una sonrisa malévola en sus rostros, han esperado por ti; tienen hambre, tienen ganas de jugar contigo, de reírse de ti… Los ves, están frente a frente, tu frente a tus demonios. No das paso atrás, no cedes ni un centímetro. Te encuentras en el mismo infierno; llegar a la salida, la luz se va haciendo más tenue; esta vez, no hay salida fácil…

Hay dos opciones frente a ti ahora mismo. Te dejas vencer por ellos y dejas que te controlen, que tomen posesión de lo más valioso que tienes, tu vida. O bien, avanzas con paso firme, sin retroceder, sin amedrentarte, cansado de que ellos se quieran burlar de ti… Decides ir por la segunda opción. Ves tus brazos, ves tus piernas, no te la crees, no te habías dado cuenta de lo fuerte que eres, pues quizás, solamente sabes que tan fuerte puedes ser, cuando ser fuerte es tu única alternativa… Te preparas, no huyes, no agachas la cabeza. Los ves a los ojos, les dice “¿Me querían aquí?, ya me tienen aquí. Vengan por mí, que no se las voy a dejar fácil”…

Corren hacía ti con toda su ira, con toda su rabia… Te preparas para el impacto, te paras firme, les gritas “Está vez no se las voy a dejar tan sencillo, está vez, si me quieren vencer, tendrán que estar dispuestos a morir”… Te intentan derribar, resistes el primer embate, no sabes como lo haces, ves a tus piernas y brazos con asombro, había miedo en tu interior, ahora, ya crees en ti mismo, ya crees que puedes ganar… Lo vuelven a intentar, esta vez con más fuerza… Te tambaleas, las inseguridades quieren entrar, los miedos quieren volver a poseerte…

Dudas, dos luchas internas, dos luchas campales se están librando… Tus voces se hacen presente, escuchas en la lejanía “No eres lo suficiente bueno” “Nadie te aprecia” “Eres una carga” “Eres un estorbo” “Terminarás siendo remplazado” “¿Quién quisiera estar con alguien como tú”… Empiezas a tambalear, el piso se hace frágil… Atacan una vez más… Te derriban… Crees que todo está perdido una vez más… No vez la luz, cada vez se vuelve más tenue y débil… Ves a tu alrededor, ves imagines que te han llevado a ese momento, ves una imagen de ti mismo, cuando eras pequeño… Cuando te prometiste que nunca te darías por vencido, cuando viéndote al espejo te juraste que nunca renunciarías a tus sueños, y que no dejarías que nadie más te volviera a hacer sentir mal… Ves esa imagen, de aquel niño… Cruzan miradas…

Volteas a verlos, y observas como se alejan, riéndose de ti, se sienten vencedores una vez más… No sabes cómo lo haces, pero te levantas, dentro de las cicatrices, empiezas a contemplar belleza, belleza genuina que ha resultado de cada batalla librada… Con toda tu fuerza te reincorporas y les gritas “¡Ey vengan por mí, que aún no me he rendido, aún no han acabado conmigo”… Vienen corriendo hacia ti… Tratan de embestirte, esquivas su ataque, ahora eres tú quien decide ir al ataque… “Por ti lo hago” te dices… Sales preparado con toda tu fuerza, con todo tu coraje, tienes bien claro que en esta ocasión, rendirse no es una opción… Atacas, ves que están sangrando, te das cuenta que ellos no son invencibles, no son inmortales…

Atacas una vez más, con la misma determinación… Derrumbas a uno de ellos, crees en ti mismo, crees que puedes salir victorioso… Atacan, te lastiman, escuchas una vez más aquellas voces… No todos ven la lucha que estás librando para salir de ahí, de ese agujero, solamente unos cuantos se percatan de tu enorme esfuerzo… Una batalla más, “no eres bueno” “a nadie le importas” … Del otro lado, “Eres importante para mí” “Eres valioso” “Me importa tu amistad” “Te aprecio mucho” “Le doy gracias a Dios por haberme permitido conocerte” … Te levantas, te sacudes el polvo, los ves con ira, el fuego del infierno mismo sale por tus ojos. No dices nada, solamente sales preparado para el ataque… Derribas a otro, tomas su espada y su armadura, integras aquello a ti mismo, en señal de que ya lo has superado. Vas decidido a ir por los demás, ellos se alejan de ti aterrados, les dices “Acabaré con ustedes, uno por uno si es necesario” … Ves la luz… Sales, pero ya el infierno no luce tan aterrador…

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