Y Desde El Primer Momento, Ya Me Amabas.

Y aún no nacía y tu corazón ya latía por mí. Y aún no había nacido y tus labios ya decían mi nombre con el más grande amor que puede existir, el amor de madre. Aún me encontraba en tu vientre, y tu ya me arrullabas y me cantabas canciones de cuna. Aún no nacía y yo ya era tu más grande felicidad. Aún no nacía, pero ya reíamos y sentíamos juntos. Aún no nacía y ya era tú más grande tesoro. ¡Oh, madre mía, cuidadora y guía mía, dicha la mía de contemplar tu rostro y poder llamarte madre mía!

Y es que todavía era un cumulo de células buscando un sentido, tratando de encontrar un camino, mientras que en tu corazón ya se bordaba con de seda dorada el nombre que me otorgarías, en el cosmos, ya se forjaba tu maternidad el amor que ahí nacería.

Al reír, tú reías conmigo, al decir “Mamá ven, te quiero mostrar algo” tú venías con prontitud y alegría para descubrir el mundo de la maternidad a través de mis inocentes ojos, esos ojos que hoy gozan la bendición de portar tu mismo tinte.

Al cortarme, al caerme, y al golpearme, tú eras la que sangraba, la que sufría, y lloraba, tú eras la mujer que absorbía todas las calamidades del mundo, para dibujarme un mundo ideal. Tú eras mi confort en las noches donde los monstruos debajo de la cama y del closet me asechaban, con tu abrazo, con tu amor, con tu voz yo me sentía protegido, porqué sabía que, a tu lado, no habría nada que pudiera con nosotros.

““Mami, ¿Yo tengo talentos?”. “Claro que si hijito, pero aún debemos descubrirlos”” Solías decirme en aquellos días en los que ni yo mismo creía en mí, pues desde que yo estaba en tu vientre, tú sabías que yo sería especial,

No necesito que sea un 10 de mayo, o la fecha de tu cumpleaños, de tu santo, o ninguna otra fecha marcada en el calendario para saber cuánto te quiero, y poder gritar al cielo y decirle a Dios “Oh, Dios, gracias por haberme bendecido con la madre que tengo”.

Madre, gracias por haberme amado cuando todavía no había nacido, tu l entregaste todo desde el primer momento en el que supiste de mi existencia. Dejaste de ser para ti y fuiste ahora para mí. Con cada consejo, con cada regaño, con cada platica, con cada palabra, tú dejabas un poco de ti, para entregármelo a mí, y tú sin pedir nada a cambio, entregaste todo lo que eras y todo lo que tenías.

Ahora que han pasado los años, me doy cuenta de que, donde más amor hubo, no fue en las palabras bonitas de aliento, ni en los mimos ni en los abrazos, sino, en cada regaño, en cada llamada de atención, donde tu corazón salía de ti para brindarme a mí protección y guía en aquel mundo malvado. Tú le ponías el pecho a las balas cuando se trataba de defenderme.

Gracias, madre, porqué sin ti, no sería el hombre, ni el hijo que ahora soy. Gracias, madre por cuidar de mis pasos, de mis decisiones y acciones. Gracias, madre, porqué sin pedir nada a cambio, aceptaste la tarea que Dios te había designado, la maternidad, y a mí me brindo el más grande de todos los privilegios, el ser tu hijo.

Gracias madre, gracias…

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