La madrugada del 2 de junio albergó una de las elecciones más importantes de la historia del país. No era sólo elegir entre proyecto A o proyecto B; era algo más importante, algo más grande y vital; era algo que trasciende en el tiempo y nos sobrepasa a nosotros mismos. Era el momento de decidir bajo que régimen se desea vivir en el futuro, pero no solamente en los próximos 6 años, sino quizás, en el largo plazo.

Un estado altamente intromisorio en el proceso. Un gobernante que desde su atríl condenaba con la ira de Dios, pero qué, también con  la misma bondad de Dios, era capaz de perdonar a los que se entregaran ante él de rodillas. Un presidente altamente peligroso, incentivando en cada momento que tuviera el discurso del odio y de la polirización, el discurso de “Ellos y nosotros”, “los buenos y los malos”, “los que no me sigan, son unos traídores a la patria” como si él mismo fuera la patría hecha persona. 

Un jefe de estado que, lamentablemente nunca superó su propia etapa de candidato; un presidente que desde el palacio donde vive se ha encargado de, manipular, extorsionar a la gente a su favor, y de encubrir aquello que pueda dañar esa imagen de ser impoluto e infalible que su partido construye alrededor suyo. 

Fue la ciudadanía vs el estado. La fuerza de unos cuantos contra la maquinaría y poder coercitivo del estado. La lucha que buscaba ponerle frenos constitucionales a un partido que ha dejado más de 180,000 muertos, a un partido que le dio la espalda a la salud y a la educación, a un gobierno que se burlo de los jovenes que sueñan con ser deportistas, cientificos o artistas. Fue México contra México, donde el único ganador fueron ellos. Ellos que decían que iban a proteger la libertad y la democracia, aquellos que dijeron que velarían por el cumplimiento de los derechos y de las leyes. Ellos que hoy se regocijan mientras nosotros sangramos, mientras México se desangra. 

Fue una contienda dura, inequitativa, y llena de atropellos, pero aún a sabiendas del monstruo que teníamos enfrente, millones de mexicanos salieron a las calles a votar, salieron a las calles a defender la democracia por la cual nuestros antepasados lucharon. Aún sabiendo a lo que nos enfrentamos, tuvimos las agallas de salir y pelear, de no rendirnos, y debemos sentirnos muy orgulloso por ello. 

Ellos ganaron la batalla, pero México aún no está acabado, aún sigue respirando.

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