No es sorpresa para nadie que la vida pueda actuar de maneras silenciosas, de un silencio que le es propio a las plantas y las nubes, un silencio que puede llegar a decir más que mil palabras escritas en prosa, y mas que mil metáforas escritas en verso; y cómo diría Vladimir Nabokov, en cada silencio se oculta un misterio, es por ello que, lo hermoso y bello de la vida emerge desde sus más profundos misterios que le dan un sentido, que le dan personalidad y forma… Lo mismo sucede con nosotros, en cada mirada que no viene acompañada de palabras, a veces, se manifiesta más sentimientos y emociones en aquellos momentos donde solamente se ve fijamente la mirada de la otra persona….

Querido lector, escribo esta carta sin destinatario en particular, con la esperanza de que mis palabras no se queden perdidas en el unísono de la vida, y que éstas puedan surcar los vientos con la fe de poder encontrar un hogar en el corazón de aquella persona que lea esto…

Es junio, un sábado por la tarde. Escribiendo me encuentro yo, solamente acompañado por la sublime y delicada melodía Prélude d’une nuit d’automne de Adrien de la Salle. No hay ningún alma más que la mía en el cuarto, en medio del calor característico del verano, bebiendo una buena taza de café frio, mientras que, desde el fondo de la habitación, diversos libros me brindan su abrigo y mares de historias por explorar, y centenares de senderos por explorar…

Justo estaba acostado, cansado, triste incluso, si es que se me permite decirlo, tal vez se pregunte usted ¿Y él quien se ha creído para decir tal cosa, como si nadie tuviera problemas con los que lidiar?, pues es ahí mismo donde se encuentra la respuesta pertinente a tal pregunta. En esa misma oración versa soslayadamente su contestación innata…. Todo mundo tiene problemas, es totalmente cierto, y no se ocupa más allá de un poco de sentido común para llegar a tal deducción; pero, es por ello que, como cada uno de nosotros tiene batallas que se están librando en el mundo de lo tangible, así como dentro de uno mismo, puede resultar incluso imperante la necesidad de recordar que somos seres humanos, y que por lo mismo, está bien que en algún momento nos quebremos, que lleguen aquellos momentos donde pensemos que ya no podemos mas y que lo único que queremos es bajarnos del mundo para tomar un respiro y ser capaz de asimilar que es lo que está sucediendo a nuestro alrededor; al final del día, todos nosotros somos seres humanos, y se no está permitido llorar, maldecir, sentarnos a descansar, pues sino fuera así, que aburrición, yo en ese caso preferiría estar muerto.

La belleza radica en las imperfecciones del alma, en las cicatrices del corazón, en cada una de las marcas que a su paso han dejado su huella en nosotros. No se es más bello por tener la piel libre de cortadas, de imperfecciones o cicatrices; se es bello por el cómo portamos aquello que en nuestro pasado nos marcó, y que ha día de hoy, sigue con nosotros, pero que al verlas, ya no hay dolor ni vergüenza, sino, nace en nosotros una sonrisa que manifiesta orgullo por aquello que vivimos, por los momentos que forjaron nuestro carácter, por cada batalla que pensamos perdida, pero que al final del día fuimos capaces de ganar, incluso sin saber cómo fue que lo logramos… Es ahí donde se encuentra la belleza…

Querido lector, permítame contarle en esta carta una pequeña anécdota o si se quiere ver de otro modo, una breve historia que me dejó pensando…

Nuestro protagonista de turno es alguien que sufre de ataques de ansiedad social, y que con ello se desencadenan mil y una escenas en su imaginación que en realidad se tornan falsas; pero que, en su propia realidad, o dentro sí mismo, lucen cómo si éstas sí fueran verdaderas, causando así, estragos emocionales que perturban su tranquilidad, pero que de algún modo que aún no logro entender bien, sigue viendo belleza en el mundo y dulzura en el corazón de las personas que ama.

“Recuerdo que había una persona a la que yo estimé mucho, íbamos a la secundaria juntos, no nos hablábamos demasiado en un inicio, tal vez con algo de suerte, solamente atinamos a saludarnos en el cruce del pasillo. Un día, aquella misma persona a la que yo en ocasiones miraba en silencio, se sentó a lado de mí. Me emocioné demasiado siendo honesto. Por intervención del día a día, nosotros dos dejamos de ser dos extraños, o bueno, para mi esa fue la percepción, y me gustaría creer que para aquella persona yo ya había superado aquella y dejado de ser un extraño…

Es menester mencionar que, había algo en esta persona que me cautivaba, algo que no sé cómo describir, pero creo que me llegué a sentir atraído por aquella persona. Todo era desconocido para mí. Sensaciones y sentimientos nuevos se estaban formando en mi corazón. No lo podía creer, y me preguntaba “¿Me estaré enamorando?”. La respuesta no se hizo presente de inmediato, pero si con firmeza y seguridad. Me había enamorado. No lo creía, pero me gustaba.

No sé qué pasó, en un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Ella se tuvo que ir. Por allá conoció a más personas. Yo tenía fe en que ella me apreciara, no que se hubiera enamorado de mí, pero sí que hubiera cierto grado afecto. Ella sabía de mis sentimientos, no sé cómo lo hice, pero me armé de valor para abrirle lo más privado que tiene cada ser humano, así es querido lector, le abrí mi corazón. Quedé desnudo ante ella. Sin más ni menos, todo se apagó.

Se bajó el telón, las luces del escenario se empezaron a apagar una por una, cada persona empezó a recoger su silla. Todos se encontraban guardando sus cosas. Yo estaba ahí, a mitad del escenario. Sentí que una lámpara apuntaba directamente a mí. Me sentí desolado. Me desnudé el corazón y el alma, y no fue suficiente. ¿Qué hay de malo en mí?, ¿Hice algo mal?; éstas fueron algunas preguntas que me empezaron a robar mis noches por aquellos años.

Despierto, una nueva mañana ha llegado, ansioso estoy por la incertidumbre de saber cómo será este nuevo día. Lo primero que veo. Ella estaba saliendo con otro… Mí corazón ya frágil terminó por romperse. Lloré en silencio, sin saber que ese mismo silencio era como lo que es la gasolina para el fuego.

En mi se empezaron a gestar miedos y dudas que giraban en torno a ¿Hay algo malo en mí? ¿Hice algo malo? “Tal vez si no le hubiera expresado lo que sentía, ella y yo seguiríamos hablando… pero, ¿a costa de qué?”, “¿es que no soy lo suficientemente bueno?”. Esto y un poco más viví por aquellos tiempos…

Hubo dolor, hubieron lágrimas, hubo miedo. Miedo a volver a expresar lo que sentía. Me sentí cómo un naufrago en medio del océano atlántico. Había algo seguro en mí, lograría volver a poner las piezas de corazón en su lugar, volvería a guardar la ropa en armario en sus respectivos cajones. No sabía cómo lo haría, ni sabía cuánto tiempo me tomaría, pero estaba decidido a hacerlo. Le entregué a aquella persona todo lo que era y todo lo que tenía, ahora era tiempo de hacer lo mismo, pero conmigo mismo.

Mientras todo esto transcurría, a mi alrededor el mundo seguía girando. La vida seguía su curso, y yo no encontraba las piezas ni el orden para restaurar aquello que ofrecí. Cómo buen náufrago, me sentí solo, deseaba un hombro en el cual recargarme cuando los días se hicieran duros o más pesados, no había nada. Yo mismo me abrazaba, yo mismo trataba de ser mí luz en medio de la oscuridad, y ser mi refugio en medio del frio y de la desolación. Me prometí una cosa. Nunca permitiría que un amigo mío se sienta solo, ni que se sienta sin un hogar. Me prometí que sería aquel apoyo que tanto anhelaba, y necesitaba, pero que nunca tuve. Me juré a mí mismo que, a pesar de todo, no dejaría de expresar mis sentimientos, pues es lo más hermoso que puede haber en el mundo, sentimientos sencillos, pero cargados de significado…

No sé cómo lo logré, no me di cuenta de cuándo fue que por fin estaba llegando a tierra firme. Habían quedado atrás aquellas tormentas. Ya era cosa del pasado aquel dolor. Me vi en un espejo con mis ojos internos. Lo había logrado. No sé cómo lo hice, pero, mi corazón estaba en su sitio. Observé que ahora había unas cicatrices, que con el paso del tiempo empecé a portar con orgullo… Mi promesa seguía en pie. No me cerraría al amor. No tenía bien definido que era el amor, pero sólo sabía que es algo sublime, majestuoso y hermoso…”

Querido lector, sentí la imperiosa necesidad de contarte esta breve anécdota… Ahora me permito decirle que, los sentimientos son la muestra más clara de nuestra condición humana, es ahí donde reposa lo bello de la vida, y mientras Dios me de vida, permítame extenderle mi mano y otorgarle mi hombro…

“I can see the sun, but even if I cannot see the sun, I know that it exists. And to know that the sun is there – that is living.”

Fyodor Dostoyevsky, The Brothers Karamazov

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