Bienvenidos de nuevo… Una charla más…

Y aquí estoy, una vez más sin ningún guion planeado, tal vez sin ninguna idea en concreto o bien depurada; simplemente en mi nació el deseo de sentarme en mi escritorio, enfrente de mi ventana mientras observo la lluvia caer, se impregna el aroma abrazador del café, a la par que Ophelia Wilde me acompaña con sus composiciones, recordándome que, no estoy solo, a pesar de que en ocasiones así me pueda sentir…

Querido lector, querida lectora, si usted espera que de aquí salgan las grandes ideas, los grandes pensamientos, o la charla más profunda de su vida, honestamente le digo que, no le puedo prometer nada, pues quizás este escrito no sea nada más que un desfilar de ideas que transitan por mi mente al unisono de los gritos de lucha de miles de mexicanos que hoy se encuentran el las cámaras del congreso manifestándose por ser escuchados, luchando por un país libre de cualquier rasgo que pueda dañar a la democracia.

Yo sé bien que aquí en este espacio que hoy nos une sin importar donde nos encontremos, muy poco hablo de política, muy poco comparto mis posturas e ideas; no obstante, el futuro que se bosqueja para mi país es ahora borroso e incierto, y me tomaré la licencia de decir que, vislumbro un futuro turbulento, inseguro y con todo el dolor de mi corazón, con pocas alternativas a la violencia…

Pero no era de ello de lo que me nacía compartir en este pequeño, o quizás extenso escrito. Era otra cosa, como si una voz en mi interior me estuviese susurrando al oído las siguientes palabras “Diles, comparte lo que sientes”… Y he de hacerlo aquí en este pequeño espacio, donde sé que solamente unos cuantos leerán y sé que unos cuantos podrán entender el propósito de mi trabajo…

Un día, mientras entrenaba, platicando yo con alguien me encontraba, estaba yo diciéndole como me sentía en los días recientes, sino es que, en las últimas semanas. Pregunta salida de la nada surgió en mi interior como buen cantamañanas “Has montado en bicicleta” a lo que mi interlocutora me contestó “¿Que tiene que ver eso con lo que estamos hablando?” No fue ajena a mi aquella respuesta recibida, pues me han dicho por hay donde camino que luego llego a salir con cada cosa que en apariencia poco o nada tiene que ver con algún tema en cuestión. No es que divague ni mucho menos que evite.

Repetí casi imperiosamente la pregunta a aquella persona. Su singular contestación fue un “Sí, he montado en bicicleta”. Aquello era todo lo que necesitaba oír para poder explicar el devenir natural de lo que seguía, evitando que a su inexorable paso varias cosas queden soslayadas.

Si usted querido lector ha montado en bicicleta en algún punto de su vida, no le será entonces ajeno, desconocido o extraño aquellas pequeñas llantitas que habitualmente suelen ser usadas cuando uno sigue siendo tan sólo un pequeño aprendiz, ni mucho menos las caídas ni los raspones naturales al aprendizaje, no obstante, las sonrisas nacidas al saberse habilidoso en el uso de la bicicleta son capaces de borrar cada herida y cada moretón si es que hay alguno; y es que en esas sonrisas donde yacen las alegrías por un reto superado…

Sin embargo, ¿Que le ha de suceder a aquel pequeño niño de 6 años que al intentar con toda la alegría del mundo y la inocencia innata en él, se cae o tropieza? No se ocuparían más de dos dedos de frente para suponer que lagrimas brotarían por sus ojos, quizás con un poco de mala suerte algún raspón en brazos o rodillas, pero con algo más de mala suerte, algún golpe alojándose en su rostro. Quizás aquel niño decida volver a intentarlo, subirse a la bicicleta una vez, ahora consciente de lo que puede pasar, pero decidido a intentarlo. He aquí donde debo de mencionar que, sería descabellado el pensar que este sería el único escenario posible… Quizás otro niño de 6 años decida no intentarlo más por miedo a volver a caer, por pavor a lastimarse una vez más, con un conflicto de pensar el no ser lo suficientemente bueno para lograrlo, negándose a él mismo la oportunidad andar en bicicleta por las calles de su ciudad…

Cuando uno está aprendiendo a andar en bicicleta, es usual también encontrar la ayuda o el respaldo de alguien más. De alguien que nos acompaña, de alguien quien sigue nuestro andar guiándonos, y en ocasiones si es necesario, tomando el control del manubrio si lo cree pertinente; de alguien que nos ayuda a levantarnos cuando hemos de caer, quizás también a limpiarnos las heridas que se lleguen a postrar… Pero conforme esa ayuda o asistencia va “disminuyendo”, en algunas ocasiones, puede que alguien se empiece a sentir inseguro… “¿Seré capaz de hacerlo por mi cuenta?” “¿Lograré poder andar yo solo?” “Y si me caigo ¿quién me ayudará a ponerme de pie?” “Y si me alejo y ¿ya no los vuelvo a ver?” “¿Será que ya es tiempo de que empiece a andar por mi cuenta?” Entra pavor por andar solo, sin embargo, algunos en nuestro interior llegamos a reconocer la necesidad de aprender a andar por nuestra cuenta, pero simplemente existe el miedo a andar solos… Y quizás puede que ya ni siquiera por temor a las caídas mismas…

Y así más o menos es como yo pude explicar como me sentía… Con miedo a empezar a pedalear, con miedo ya no a caerme, pues ya me he caído bastante, sino con miedo a la misma soledad… !Al carajo con esa idea romántica de que la soledad nos acerca a uno mismo¡ Cuando la soledad se desea plenamente, puede ser una de las más grandes compañías; no así, cuando la soledad toca a las puertas de tu vida y entra sin pedirte permiso, y es ahí donde puede que el mismo infierno se empiece a gestar…

Sabe una cosa, querido lector… Lidiar con problemas de abandono y la sensación de soledad o de vacío es de lo más agotador… Por una parte reconoces la necesidad de aprender a caminar por tu cuenta, de no depender emocionalmente de cómo tal o cual persona te hable o te conteste, de que haga o no haga esa persona, porqué muchas veces tendemos a mal interpretar los detalles que quizás puedan insignificantes o irrelevantes; desde un punto en final en cada mensaje, hasta el tono de voz con que nos hablan, una mirada, una mueca, o un simple “si” o “no”… Pero a la par que esto sucede, nos entra el miedo a quedarnos solos, a no tener con quien compartir, con quien reír, con quien escribir o dibujar…

Y es aquí donde todo ello se manifiesta… Permítame explicarle de mejor manera… A veces en la vida, creemos que hemos dado lo mejor, que hemos sido lo mejor que pudimos, e inclusive hemos dado más de lo que tal vez debimos… Y a pesar de habernos entregado plenamente, pasó algo, aquello que tanto anhelábamos no fue nada más y nada menos que un simple sueño que alimentamos con ilusiones y fantasías… Como cuando uno se enamora, y solamente tenemos ojos para aquella persona, y en esa persona todo es perfecto, no hay espacio para errores ni para defectos; pero al darnos contra la realidad, ese cuento de hadas que habíamos creado se empieza a desvanecer, dejándonos así el corazón hecho trizas, y ahora al revisarnos nos damos cuenta de que nos faltan piezas, aquel corazón que latía por nosotros ya está incompleto, pues una parte de él se ha ido en aquella persona, y es ahí donde cobra sentido cuando dije que mientras me sigas recordando, yo seguiré con vida, y mientras aún tenga un pequeño espacio en tu corazón yo nunca moriré…

Miedo a encariñarse, miedo a volver a sentir, miedo a que volvamos a alimentar un sueño con fantasías e ilusiones, y que a la primera de cambios, aquellos traumas empiecen a cobrar fuerza en nuestro interior y nos empiecen a molestar diciéndonos que no somos suficientes, que al abrirnos seremos una carga, que no sabemos como expresar y que somos muy intensos y que por eso la gente se aleja de uno… ¿Se da cuenta querido lector de las contradicciones que aquí quedan de manifiesto? Por una parte queremos sentir, queremos gritarle al mundo entero “TE AMO”, queremos ir con aquellas personas que más nos importan y regalarles un abrazo, una flor o simplemente nuestro tiempo, pero es que nos importan tanto que, tenemos miedo a que en el transcurso de esto, terminemos siendo intensos, o que ellos se alejen de uno… Entonces como medida de autoprotección, creamos una barrera que nos impide sentir y querer estar conectados, por miedo a volver a ser lastimados…

Quizás estos dos últimos años no han sido las más fáciles o joviales años, pero sí los años en donde he tenido que aprender a ser más fuerte, porqué era eso, o quebrarme… Y quizás sí me llegué a quebrar, tal vez mi corazón sí llegó a estar en mil pedazos, y yo sin saber por donde empezar… Pero fue ahí mismo donde pude conocer a personas que sin pedirme nada a cambio, decidieron ayudarme a ponerme de pie y ponerle un curita a las heridas y a ensamblar las piezas rotas que se encontraban en el suelo…

Y es aquí donde me abriré un poco más, agradeceré a aquellas personas que quizás sin saberlo, me ayudaron o me siguen ayudando a caminar, ya no con asistencia, sino, a caminar por mi mismo… Desde la distancia yacida al otro lado del mundo o de la frontera norte, así como la cercanía que de unos cuantos kilómetros, cada quien sabrá a quien me refiero… Gracias por brindarme un espacio en sus vidas, y les pido perdón si en algún momento hice algo que les haya incomodado…

No sé cual será el futuro de “The World of Ideas”, ni cuantos lectores tendré, pero mientras siga con vida seguiré escribiendo…

Querido lector, si usted está pasando por una dificultad, o sufre de depresión, ansiedad o algún otro trastorno, permítame decirle que no está usted solo, y mientras siga respirando, vale la pena intentar vivir, porque afuera de aquella jaula que nuestros miedos han creado, hay una vida que vale la pena ser vivida…

10 de septiembre Día Mundial de la Prevención del Suicidio.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *