¿Puedo Darte Un Último Abrazo?

— “¡Papá, papá, papá ¿Qué crees?!”


— “Dime hijo, ¿Qué pasa?”

 

— “¿Recuerdas que te dije que iba a intentar levantar 200 kilos en sentadilla?”

 

— “Si, claro lo recuerdo. Pero, también recuerdo que te pedí que tuvieras mucho cuidado; no quiero que te lastimes.”


— “No te preocupes papá, heredé tu fuerza, tu valentía y determinación…”

 

— “Eres mi hijo, claro que me preocuparía si algo te llegase a suceder. Pero, dime que pasó ¿Pudiste?”


— “Verás, al principio no pude. Intenté levantar 190 kilos, pero justo cuando estaba subiendo, sentí que mis piernas se quedaban sin fuerza… No pude subir…”


— “¿Y no te lastimaste la espalda o las rodillas? ¿Usaste cinturón? ¿Había alguien auxiliándote?”


— “Tranquilo, deja contarte que fue lo que pasó.”


— “Perdón, pero me preocupa que algo malo te pase, no sé una hernia o algo.”


— “Deja de platico. Verás, podemos intentar levantar el peso 3 veces. Si después de 3 intentos no pudimos, perdemos."


— “¿Entonces?"


— “Entonces, en mi segundo intento, quise levantar 195 kilos."


— “Pero, ¿por qué?"
— “Es a lo que voy. Cuando me preguntaron cuanto peso estaría levantando, les dije 195 kilos, y ya te imaginaras; se me quedaron viendo con cara de sorpresa y de duda. Quizás porqué pensaron que no pude con 190, no podría hacerlo con 195, pero tú me enseñaste a creer en mi mismo y en mis propias decisiones. Así es como lo hiciste, y así es como aprendí."


— ”Ustedes fueron mi motor en cada batalla. Ustedes fueron mi oxigeno cuando me costaba respirar…"


— “Te quiero mucho papá, ¿Lo sabías?"


— “Lo supe desde el primer momento que te sostuve en mis brazos, desde la primera vez que de tu boca la palabra “papá” fue pronunciada… Pero ándale, ya cuéntame, que me están esperando…"


— “Te contaré, pero por favor, prométeme que vendrás mas seguido a visitarnos. Habla con Él y pídele que te permiso de bajar más seguido…"

 

— “Yo le preguntaré…”


— “Por eso eres el mejor… Llegó mi turno. Me sentía nervioso la verdad. Hace mucho tiempo que no lo intentaba, quizás un par de años, pero a pesar de las dudas, había una voz dentro de mi que decía que debía intentarlo… Lo intenté… Miré fijamente la barra, y supe que era mejor que yo… La sostuve fuertemente, me coloqué en posición, la barra yacía ahora sobre mis hombros. Saco la barra de su lugar; doy unos pequeños pasos. Posicioné mis pies, miré fijamente a lo que enfrente de mi… Tomé aire, sabía que podía y que debía hacerlo… Bajé. Se sintió bien, pero al subir, sentí como mis piernas se empezaban a tambalear, como si la barra cada vez se hiciera más pesada, o yo más débil, aún no sé que sucedió… Me encontraba a la mitad del camino. Pensé, “no pude” … La barra me venció una vez más…”


— “¡¿Qué?! ¿Por qué lo quisiste hacer?”


— “Espera… La barra ahora reposaba en las barras de seguridad, y yo me encontraba ahí en el suelo sin entender que había salido mal. No comprendía que estaba pasando, pensé que ya lo tenía estudiado. Ya no era la primera vez que lo hacía… Me fui a la sala que hay para los competidores. Me senté y empecé a analizar cada movimiento, y cada pequeña acción que hice allá afuera hace unos instantes…”


— “Y ¿Qué pasó?”


— “Pensé. La sentadilla, el peso muerto y el press de banca son la analogía perfecta de la vida, ¿lo sabías? Es decir, uno lucha contra una pesada resistencia que se trata de imponer sobre nosotros, y siempre que uno intenta subir es cuando todo se torna más complicado, y es ahí mismo donde muchos fracasan… Es decir, por ejemplo, en la sentadilla: sacar la barra, y bajar es sencillo, cualquiera puede hacerlo, pero no es hasta que uno intenta subir cuando nuestra fuerza se pone a prueba realmente. Es en ese momento donde las rodillas se sienten más frágiles, donde el temblar de las piernas se hace más evidente, donde sientes como la espalda se está partiendo en dos, y muchos miedos comienzan a surgir “Y ¿si me lesiono?” “¿Podré subir? Está muy pesada” “Lo hubiera intentado con menos peso” “Creo que mejor me hubiera esperado”. Y de repente, uno se queda abajo, y la barra se ha impuesto. Y lo mismo sucede con los otros ejercicios. Por supuesto que imponen, pero, sabes, tuve miedo. Me dejé vencer sin antes haber peleado…

 

Recordé todo lo que me has contando, tus sueños, tus anhelos, tus experiencias, tus miedos inclusive, pero a su vez, como es que, a pesar de haber caído dentro de las feroces garras del miedo, supiste enfrentarlo y diste un paso al frente cuando más necesitabas de ti mismo. Como es que, con miedo, nunca permitiste que esa barra se impusiera sobre ti.

 

Vi aquella foto que siempre llevo conmigo… Esa imagen que vivirá perpetuamente en mi corazón… Mi hermano y yo, dos niños sin saber los retos que se interpondrían en el camino. Dos niños libres de toda malicia, y ajenos al miedo, pero muy cercanos a la felicidad y a la paz… Ahí estabas tú. En el fondo, mostrando tus bíceps, mirando con determinación y sin miedo… ¿Quién se lo hubiera imaginado, no crees? Es como si desde ese momento ya hubiese sido una señal de que siempre estarías ahí para darnos fuerza, coraje y determinación.

 

Así que salí de ahí totalmente decidido. No permitiría que esa barra me venciera. Caminé por el pasillo hasta llegar al lugar correspondiente. Me preguntaron cuanto peso, indiqué “202.25 kilos por favor”. “¿Estás seguro?” me preguntaron, “Nunca he estado más seguro que ahora”. Intercambiaron miradas entre ellos. Vi la barra. Pinté mis manos completamente con magnesia. Mis hombros blancos por el tapiz que deja la magnesia. Me coloqué enfrente de la barra. “Dios, ayúdame, dame fuerza por favor. Se lo prometí a mi padre”. Me persigné. Sujeté firmemente la barra. La posicioné sobre mis hombros. Saqué la barra. Algo había pasado, era más fuerte…

 

Tomé aire. Empezó el descenso. Llegué a punto. Intenté subir… Medio recorrido y ¡pum! Otra vez empiezo a sentir mis piernas temblar. Mis rodillas se sienten frágiles, siento como si mi espalda estuviera por romperse en dos… “¿Lo lograré?” Me pregunté…


El mundo a mi alrededor se detuvo. De repente yo ya no estaba ahí. La barra ya no yacía sobre mí. Ahora me encontraba de camino al taller en un sábado por la tarde. Ya te habías tardado y quería ver si todo estaba bien. Entro a tu oficina y ahí estás, escuchando música. Me hablas y me dices “Ven, escucha esta canción”. Era “Capitán tapón” de Alejandro Sanz. Me dijiste 'Esa es nuestra canción'.

 

Todo cambió una vez más en un abrir y cerrar de ojos. Ahora me encuentro en la clausura de la preparatoria. Estoy por recibir mi constancia. Te veo con la cámara listo para tomarme fotos. Recibo mi papel y tú me fotografías. Salimos de ahí y me dices que te sientes orgulloso de mí.


Cierro los ojos otra vez. Regreso a ese momento donde sentí como mis piernas temblaban, pero ahora, hecho un vistazo, y veo como mis piernas están más fuertes. De repente, mis rodillas han sido fortalecidas. Mi espalda ahora es de hierro. Veo hacía el frente y ahí estás. Posando como en esa foto, enseñándome tus bíceps en señal de que es ahora cuando más fuerte tengo que ser. Que en las adversidades es cuando mas debemos ser fuertes y no dejar que la barra nos gané aquel pulso.


Respiré, cerré los ojos. Sentí como si toda mi fuerza estuviera concentrada en un mismo lugar, con un mismo objetivo: no claudicar. Abro los ojos, una multitud se encuentra delante de mí, pero mis ojos solamente te ven a ti. Me sonríes y me dices “Estoy orgulloso de ti. Sabía que no te rendirías”.
Me aplauden, pero sólo me importaba escucharte. El mundo se había detenido, y pude estar contigo….”

 

—”Te quiero mi Jorgito, el más pequeñito de mis hijos…”

 

— “Y yo a ti… Nunca me daré por vencido…”

 

— “Y yo sé que siempre podrás con todo lo que te propongas… Bueno hijo, tengo que irme. Tus abuelitos y tu tía me están esperando…”

 

— “¿Vendrás otra vez a visitarme?”

 

— “Siempre que me necesites, ahí estaré… Tan sólo tendrás que cerrar tus ojos y abrazar tu corazón y me encontrarás… Porqué ahora mi hogar se encuentra en cualquier parte a la que vayas mientras me sigas recordando…”


— “¿Te puedo dar un abrazo?”


— “Todos los que quieras…”

 

Te vi partir una vez más, pero está vez había paz….
Gracias por todo, padre mío…